
“Es un infierno estar así”. El lamento de una madre cuyo hijo desapareció con una mujer que le ofreció ayuda en el Río Bravo
«Sentía que la corriente me llevaba y ella me preguntó si quería ayuda con mi hijo porque en este punto el agua ya me estaba arrastrando. Y le respondí que ‘sí, por favor'».
Son las cinco o seis de la tarde del sábado 9 de abril. Blanca Yolanda Cumar, guatemalteca de 25 años, se encomienda a Dios para que la ayude a cruzar el Río Bravo (o Río Grande) en Piedras Negras, Coahuila (México).
Levanta a su pequeño Jostin Adrián y se lo coloca en los hombros. Paso a paso, lentamente, se acerca al final de su periplo que empezó un mes antes, cuando abandona el municipio de San Martín Jilotepeque, en el departamento de Chimaltenango, para iniciar su segundo intento hacia los Estados Unidos.
En noviembre de 2021, también quiso cruzar la frontera con su hijo, pero las autoridades migratorias los detuvieron y deportaron. Pernoctaron seis días en “la hielera”.

En marzo, decide retomar la meta propuesta: darle una mejor vida a su único hijo y conocer a su madre biológica, a quien no recuerda. La última vez que la vio, ella tenía la edad que ahora ostenta su hijo, al que lleva en sus hombros mientras trata de avanzar en lentas y rígidas pisadas que se van hundiendo y que le impiden mantenerse de pie.
—Uno trata de correr dentro del agua, pero no se puede. Y pues había otra muchacha cuando yo llegué, y me metí al agua y después vi que también ella se metió e iba detrás de mí. Y allí fue cuando estaba caminando y caminando dentro del agua, pero sentía que la corriente me llevaba y ella me preguntó si quería ayuda con mi hijo porque en este punto el agua ya me estaba arrastrando. Y le respondí que “sí, por favor”.
Ese fue el último contacto físico de Cumar con Jostin Adrián.
— Y ella lo agarró y lo sentó en sus hombros, pero cuando hizo eso, el agua peor me arrastró y entonces ella me ayudó para que saliera del agua hacia la orilla del río, ahí del lado mexicano. Pero ella así con mi hijo pudo avanzar hasta el otro lado. Desde ese entonces yo no sé nada de mi hijo.
Cumar intenta cruzar de inmediato, pero no puede. Llora. Grita. Es en vano. Pide ayuda a las autoridades mexicanas y llama incasablemente a los números de teléfono de la Patrulla Fronteriza. No le dan respuesta. Recibe tratos ofensivos, discriminatorios. Sigue indagando.
Luego de varias semanas, logra que la organización No Más Muertes —de las decenas con las que se comunicó— le preste atención. La ayudan. Le tramitan con éxito una visa humanitaria e ingresa a Estados Unidos el 21 de mayo.
Cumar se ha quedado en Houston (Texas) por ahora. No ha podido ver a su madre que vive en Nueva Jersey porque quiere estar cerca de la frontera, en caso de que aparezca su hijo por la zona donde lo vio por última vez.

Ambas, Cumar y su madre, se hablan diariamente y redoblan esfuerzos para encontrar al pequeño Jostin Adrián, que ese sábado 9 de abril vestía un pantalón estilo camuflaje, una camisa azul manga larga con cuello tipo tortuga, zapatos negros con suela blanca, un suéter azul y una cadena roja en el cuello.
De la mujer que lo llevaba en sus hombros, Cumar solo recuerda que vestía un suéter verde, pantalones de mezclilla, tenía pelo recogido de color negro y un acento quizás salvadoreño u hondureño.
—Es un infierno estar así. Yo quiero estar con mi hijo nuevamente, que me lo devuelvan, que si alguien lo reconoce que llamen inmediatamente a las autoridades.
Jostin Adrián cumplirá dos años el próximo 19 de julio.