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El sacerdore Luis Urriza no puede contener las lágrimas durante la última misa celebrada en Beaumont (Texas) en octubre de 2021. Foto: José Luis Castillo

Adiós al cura centenario. Luego de siete décadas se despide de una comunidad hispana en Texas

«No estoy de acuerdo, me quiero quedar, pero si mi superior así lo requiere, debo obedecer y marchar», aclara el sacerdote español Luis Urriza.

27 noviembre, 2021 | Por: idea180

El sacerdote Luis Urriza ha cumplido hace poco 100 años. No parece. Se sostiene de un bastón y camina con regularidad, pero el vigor parece de alguien mucho menor. Tiene una rutina que incluye oraciones por las mañanas y noches, eucaristía diaria, visitas a enfermos y comunión con los que no pueden asistir a misa.

¿Estamos listos? Yo estoy listo desde temprano.

—Deme unos minutos, pero ya casi.

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Está impaciente. Quiere acabar con la entrevista porque en pocas horas oficiará misa, quizás la más importante de su vida. Lo hará en la misma casa donde hace 70 años (en 1951) daba misa en público, cuando aún no había construido la Iglesia Cristo Rey en Beaumont (Texas), a casi dos horas de distancia al este de Houston.

El sacerdore Luis Urriza en una fotrografía tomada en la década de los 50.

A principios de octubre, el Obispado de la Diócesis de Beaumont le notificó a Urriza que el 16 de ese mismo mes iba a ser su último día como titular de esa parroquia, la cual fue construida hace siete décadas con colectas y la venta de tamales al por mayor.

—Me cayó por sorpresa, no me lo esperaba. La comunidad tampoco se lo esperaba. Ahora debo regresar a España como lo establece la Orden de San Agustín a la que pertenezco. Debo ser obediente. No estoy de acuerdo, me quiero quedar, pero si mi superior así lo requiere, debo obedecer y marchar.

Ante el anuncio de su inminente salida de Cristo Rey, cientos de personas salieron a las calles en una marcha en protesta por la decisión del obispo David Toups, aunque las críticas no surtieron efecto.

Yo puedo trabajar, aunque tenga 100 años, yo puedo trabajar.

Fachada de la parroquia Cristo Rey en Beaumont (Texas). Foto por José Luis Castillo

Tras su salida de Cristo Rey el 16 de octubre, Urriza regresó a la parroquia que lo recibió cuando recién llegó a Port Arthur en 1949, a 20 millas de distancia de Beaumont. Allí siguió oficiando misa todas las tardes y los domingos por la mañana hasta el día que partió a Europa, el 11 de noviembre de este año.

Al final de cada ceremonia, chicos y grandes, a los cuales él casó o bautizó, se acercan para abrazarlo y tomarse una foto, desearle un buen viaje y decirle cuánto lo extrañarán. Varios le ofrecen sus casas «para que se quede y no se vaya».

—Me encantaría, pero como religioso no puedo quedarme en casa de un civil, me lo prohíbe la Iglesia.

Nacido en Ledín, en la región española de Navarra, el «padre Luis» aún recuerda aquel 14 de septiembre de 1933 cuando a los 12 años su madre lo llevó al seminario.

Urriza se ordenó como padre de la Orden de San Agustín en 1944 y una de sus primeras actividades fue dar clases en el seminario de La Rioja (España), donde aprendió a tocar el órgano.

En 1947, cuando aún era capellán, no tuvo más remedio que hacer el servicio militar durante dos años porque sus superiores se habían olvidado de pedir «una dispensa» por tratarse de un religioso.

En 1949, Urriza decide partir a Port Arthur, a la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, invitado por el padre Francisco Fresno «porque necesitaba un organista».

Se embarca en el vapor Habana, de la entonces Compañía Transatlántica Española, y llega después de 15 días a Nueva York para luego trasladarse en tren a Port Arthur «sin conocer una palabra» de inglés.

—Pero me di con la sorpresa de que un mes antes de venir aquí, ya se había instalado un padre de Puerto Rico que también tocaba el órgano y me quitó el puesto. Además, éramos siete sacerdotes.

Cuando se presentó con el entonces obispo, surgió la idea de servir a la comunidad hispana de la ciudad de Beaumont, que contaba con alrededor de 800 familias que no tenían sacerdote ni parroquia.

—Estaban abandonadas a su suerte, podemos decir. Y entonces le escribí una carta a mi superior en España y le expliqué la situación. Su respuesta fue: ‘Pues te encargas tú de ellos’, y así fue.

La última misa del sacerdote Luis Urriza en Beaumont (Texas). Foto por José Luis Castillo

Con el permiso para trabajar, el obispado le propuso que empezara cuanto antes en una casa de alguna familia hispana, mientras buscaban la forma de construir un templo para esa comunidad. A sus primeros servicios religiosos llegaban unas 15 personas, luego se fueron sumando más y más.

Después de dos años consiguieron un terreno que entonces costó unos 16,000 dólares y donde construyeron parte de la parroquia a la que bautizaron como Cristo Rey.

En el lapso de esos 70 años desde que se construyó la iglesia, también fue destacado a otras comunidades de Texas, en Waxahachie y luego a San Antonio. Tras 12 años, le ordenaron regresar a Beaumont en 1976.

Los feligreses hispanos en Beaumont (Texas) asisten a la última misa en público del sacerdote Luis Urriza en la casa donde ofició la eucaristía por primera vez hace 70 años. Foto José Luis Castillo

Y desde entonces aquí estoy. Mejor dicho, estaba.

Acompañado de un grupo de feligreses de Cristo Rey, Urriza viajó a Madrid hace unos días para incorporarse a una parroquia «con muchas familias inmigrantes» y regresar a un país en el que lo espera su hermano de 98 años y su hermana de 95.

En un mensaje de audio responde a la pregunta ¿y cómo se siente allá?

No me acostumbro. Estoy aburrido.

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